Desde que la editorial Aguilar publicase el primer tomo de las aventuras de una niña llamada Celia, allá por 1932, estos libros fueron los favoritos de los niños españoles durante muchas generaciones. La autora, una tal Elena Fortún, no era una absoluta desconocida. Llevaba años publicando en «Gente Menuda», el suplemento infantil de «Blanco y Negro», unas simpáticas páginas que iban desde cómo quitar una mancha de tinta en la ropa, hasta cómo construir una casa de muñecas de papel, pasando por un «consultorio sentimental». Pero nunca hasta «Celia lo que dice» se había centrado en un personaje concreto y su entorno.